Emburciadas

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viernes, 28 de noviembre de 2014

MIERDA EN LA LUNA


Oye, que no sabía yo, qué gracia, la de cosas que hay en la Luna. No, no digo cosas como piedras, minerales o sustancias extrañas de interés científico. Qué va. Que acabo de leer por ahí que los astronautas que, a lo largo de los años, han visitado ese, nuestro satélite, pues han ido dejando objetos diversos. Qué digo objetos, basura de todo tipo. Sí, en serio. Vamos, que han dejado aquello hecho un estercolero.

Lo he visto no recuerdo dónde. Es que, hija, ahora como la prensa se lee más rápido, pues me da tiempo a echar un vistazo a noticias así más curiosas. Sí, porque, tal como está la actualidad, las secciones tradicionales de los periódicos se pueden condensar en una: tribunales. Ahí te entran política, espectáculos, economía y hasta deportes. Y, claro, acabas enseguida, porque no tienes que andar saltando de sección en sección.

El caso es que, buceando en Internet, me he encontrado hoy con esa noticia tan curiosa. O asquerosa, según se mire, porque la información decía que entre las cosas que los terrícolas han ido abandonando en la Luna se incluyen bolsas con orina y hasta colecciones de defecaciones. Sí, eso, de caca. De mierda, vaya. Qué asco.

Y vehículos abandonados, cámaras de fotos, discos, botas, martillos, espejos, bolsas, guantes, pelotas de golf… Y todo esparcido de cualquier manera; nada de bolsa amarilla ni iglú verde para el vidrio, no te creas. Un desastre, vaya. En la noticia no quedaba claro, pero creo que un astronauta se dejó allí hasta los restos del bocata de chorizo de Cantimpalo que se comió en la pausa para el bocadillo que se tomaban mientras daban un pequeño paso para el hombre pero grande para la humanidad. Lo que sí explicaba es que hay también retratos familiares de esos con padres, niños repeinados y hasta suegra. Hubo alguno que quiso dejar allí a la suegra en persona, directamente, creo. Pero no hubo forma. La muy puñetera no se dejó meter en el cohete y no subió. Que ella tan lejos no iba, decía; que ya cuando iba al pueblo se le hacía el viaje muy largo, imagínate. Así que el yerno, en venganza, se llevó el mando a distancia de la tele, y allí sigue. El mando en la luna y la suegra sin poder cambiar de canal.

Desde luego, mira que somos guarros los humanos. Que vamos a la Luna y es lo mismo que cuando vamos a la playa: la dejamos hecha una mierda. No quiero ni pensar lo que será cuando empiecen los viajes espaciales turísticos. Con nuestra capacidad para el desastre, aquello tarda dos días en parecer  Benidorm. Que se empieza dejando las colillas y los restos de la carne empanada y se acaba haciendo barbacoas. Y de ahí a las torres de apartamentos y los chaletes acosados hay un paso, lo que yo te diga.  

Como no nos cortemos y nos civilicemos un poco, al final van a venir de verdad los extraterrestres. Pero no para invadirnos, no, que yo no creo que este patio, tal como está, les interese mucho. Vendrán para obligarnos a limpiar aquello. Y para advertirnos de que, si volvemos por sus territorios –o lunitorios o martitorios o lo que sea-  y tiramos ni que sea un papelucho al suelo, cierran la frontera espacial y allí no entra, vamos, ni el pequeño Nicolás.

jueves, 20 de noviembre de 2014

INFIELES


No se fía de mí. La confianza se ha esfumado. Está claro que teme que le traicione. Que le sea infiel. O sea, que le ponga los cuernos, hablando en plata. Por eso ahora me cita todos los días. Me obliga a ir a verle a su oficina cada mañana, a horas distintas. Cada día me dice la hora a la que tendré que ir el día siguiente. Me quiere controlar, vaya. Piensa que, de esa forma, me rompe la posibilidad de estar con otro. Que yo pienso que ya no es que lo tema, sino que lo sospecha firmemente. Lo he presentido cuando, esta mañana, le he pedido que las citas sean a una hora más temprana y me ha clavado una mirada inquisidora como un polígrafo mientras me preguntaba “¿por qué? ¿eh? ¿por qué quieres venir más pronto?”. Y se ha negado. Que las normas las pone él, me ha dicho.
Yo puedo comprender que, con la cantidad de engaños que salen a la luz últimamente, surjan las dudas. Es raro el día que no conocemos una nueva historia que, de la noche a la mañana, pasa de ser envidiable a romperse drásticamente por culpa de las mentiras. Pero no me gusta nada que me controlen. Me produce una gran incomodidad en el plano moral y también en el práctico, porque esta maldita estrategia que me ha impuesto me rompe las mañanas. Y una tiene cosas que hacer, aunque no tengan nada que ver con sus sospechas.

También es cierto que hace poco tiempo que me conoce y, por mucho que yo le jure que soy fiel y que para mí la lealtad es sagrada, le falta background sobre mi persona para quedarse tranquilo. El caso es que esto es un fastidio. Y, además, me ha pillado muy desprevenida. No podía ni imaginar este comportamiento; no sabía que para él las cosas funcionaban así. Si no fuera porque me mantiene, le diría que mañana vaya a verle su prima la de Murcia. Pero dependo de su dinero. Así de triste.
La verdad es que debía haberlo intuido. Por ejemplo, cuando le dio por modernizarse tanto y me dijo que podíamos confirmar nuestra relación a través de Internet. Que bastaba con que, cada cierto tiempo –tres meses, por ejemplo-, le mandara una señal desde el ordenador, mira qué tecnológico. O cuando se cambió el nombre. Antes se llamaba INEM, pero le debió parecer que sonaba anticuado y ahora se llama SEPE. Sí, estoy hablando del Servicio Público de Empleo Estatal. Del que me paga el paro todos los meses, vamos.

Que el otro día me mandó recado mediante correo certificado para que me presentara en mi oficina de empleo para un “control presencial”. Y, cuando llegué, me dijo la funcionaria –muy amable, por cierto- que la cosa va a durar unos días. Que no se sabe cuántos porque es el ordenador el que manda; el que cada día determina si tengo que volver al siguiente y a qué hora. Y así hasta que el aparato se canse. Mira tú, a estas alturas de mi vida controlada por un disco duro.
Dicen que la cosa es para cerciorarse de que no estoy trabajando y cobrando en negro al mismo tiempo que percibo la prestación por desempleo. Que no lo acabo yo de entender, la verdad, porque, si así fuera, no creo que me resultara tan difícil escaquearme de ese supuesto trabajo clandestino durante los diez minutos escasos que dura la visita al Gran Hermano informático ese. Pero es la manera que tiene el SEPE  de asegurarse que no me baño en las aguas de la economía sumergida. Pues no, señor SEPE, quede tranquilo, que yo de sumergirme, nada. Que, en mi caso, el paro está, al menos de momento, en modo Dios: aprieta, pero no ahoga.

Desde luego, lo mío es mala suerte. Porque ya me han dicho que esto del “control presencial” se hace seleccionando a parados de forma aleatoria. Y a mí, que no me toca la lotería ni cuando juego, pues en estas cosas sí me dan premio. Y no será porque en ese sorteo hay pocas bolitas; cuatro millones y medio, nada menos.
Otros, como un tal Errejón, de la panda de Podemos, llevaba meses cobrando por un trabajo que no hacía y nadie se había enterado. Pero la sospechosa soy yo. El chico este ni pisaba la Universidad de Málaga, que es la que le pagaba. Y no está nada claro que vaya a devolver el dinero cobrado. En cambio, yo, como no vaya mañana a la oficina del SEPE a la hora fijada por el ordenador, me quedo sin prestación. Está claro que él es de los que pueden. Y yo no.

En resumen, que, como de costumbre, pagamos fieles por infieles.

jueves, 13 de noviembre de 2014

INVIERNO A LA CATALANA


No me gusta el invierno. Nada nadita. Ya, ya sé que algunos lo encuentran bonito y hasta romántico, pero a mí me parece triste, ya ves. Para empezar, los días son cortos, y a mí es que los días me gustan largos. Si por mí fuera, los días serían tan largos como un pseudoreferéndum catalán, que empiezan a votar un domingo y acaban tres martes después, qué gozada.

Además, donde yo vivo lo normal es que llueva mucho. Y a mí eso me parece todo menos normal, qué quieres que te diga. Que una cosa es lo de “son cuatro gotas” y otra ver a Noé en el jardín, con el arca hundida y los animalillos como sopas, vamos.

Y, encima, yo es que soy muy friolera. Y no soporto tener frío, manías que tiene una. Porque empiezas a encogerte en octubre y para cuando llega la primavera mides dos centímetros menos, tienes más contracturas que un futbolista y tu espalda ya no sabe por dónde dolerte. Y qué me dices de la odisea de vestirte para salir de casa, jo, que te tienes que poner más capas que una cebolla. Que si la camisetita interior, que si la exterior, que si la blusita, que si el jersey, que si la rebequita por encima no vaya a ser, que si el abrigo, que si la bufanda… Que yo un día fui a hacerme una radiografía, y cuando salí de detrás del biombo ya habían cerrado el chiringuito. Y eso que a la media hora de empezar a desvestirme tuve el detalle de avisarles “un momentito, que solo me faltan los pantys”.

Pero el frío no está solo ahí fuera, no. A la que te descuidas se te cuela en casa y lo invade todo, como una suegra. Y ahí tengo yo un problema. Sí. Porque mi marido nunca tiene frío, qué suerte. Y, claro, tenemos unas discusiones a cuenta de la calefacción que esto parece Sálvame. O peor, el Congreso de los Diputados. Él venga que no hace falta, que hace calor, que está sudando... Y luego viene la retahíla de que es un gasto innecesario, que el gasóleo ha subido, que su sueldo ha bajado y que no tiene más ingresos, ni tarjetas opacas ni comisiones a cobrar ni ahorrillos en Suiza ni nada que pueda distraer de Hacienda. Vamos, que como político iba a destacar poco, el pobre.

El otro día, que estábamos los dos con nuestra hija mayor, la cosa se puso tan así que acabó convocando un simulacro de consulta, qué gracia. Sí, él preguntó quién tenía frío y, en caso afirmativo, si ese frío era de los de poner la calefa o se podía pasar a pelo. El que contestaba que no a lo primero ya no podía contestar a lo segundo, claro. A mi hija y a mí la cosa no nos pareció seria, así que pasamos de meter ninguna papeleta en la caja de los Kleenex que puso como urna. De manera que, en el recuento –que, por supuesto, hizo él mismo-  salió un no de los tres que éramos. Y eso que éste, que olía el fracaso, le preguntó también a Berta, nuestra perra, y a un señor que salía en ese momento por la tele. Pero como ninguno de los dos dijo esta boca es mía, los aceptó finalmente como votos nulos.

Pero no hubo forma, oye. Mi propio echó la cuenta de Mas, dijo que lo suyo había sido un éxito rotundo y que, por lo tanto, al resto no nos quedaba más remedio que negociar con él. Eso sí, la negociación tenía que partir de que la calefacción no se ponía y punto. Llegados a este ídem, y como en casa no tenemos fiscalías ni nada de eso, que somos gente humilde, pues yo aproveché que se distrajo viendo un partido, que ya se sabe que el fútbol es buenísimo para olvidarnos de todo, y encendí la caldera. Que a mí el invierno no me gusta. Ni a la catalana ni de ninguna forma.

domingo, 9 de noviembre de 2014

CATALUNYA Y LOS JUEGOS REUNIDOS


Bueno, pues con el referéndum de la Señorita Pepis que Mas y los suyos han montado en Catalunya, llegamos al final de una semana que a mí me ha parecido algo así como la semana de los Juegos Reunidos Geyper. Sí. Mira si no: mientras la Pantoja caía en el pozo y buscaba el comodín que la salvara de quedarse unos cuantos conciertos sin jugar, la Caballé negociaba para no ir directamente a la cárcel sin pasar por la casilla de salida, descubrimos que una colombiana residente en Canarias había estado saltando de senador a diputado y tiro porque me toca y a la infanta Cristina la sacaban de su escondite con pocas posibilidades de salvarse ni por ella ni, mucho menos, por todos sus compañeros. Podemos cantaba bingo en las encuestas, PP y PSOE se enrocaban en sus posiciones sin acabar de dar jaque a la corrupción, el paro volvía a hacernos póker, UGT rompía la baraja en Andalucía y Monago retrocedía una casilla asegurando que devolverá todo el dinero público que justo una tirada antes había jurado que no había gastado. Que paren esta ruleta, que yo me apeo. Y me da igual que se lo lleve todo la banca; total, ya estamos acostumbrados.

Y como colofón, pues eso, la consulta de juguete de Catalunya. Con sus urnitas de cartón y todo, como cuando de críos jugábamos a construir pueblos con cajas de zapatos. Que es que es la leche que un Gobierno organice un referéndum de kit comprado en los chinos, no me digas. Sin censo, sin garantías y sin utilidad ninguna. De verdad, con todos mis respetos, si no fuera porque esta gente juega con cosas muy serias –por ejemplo, con los ciudadanos, sus sentimientos y su economía-, y porque el ridículo de Artur Mas es ya tan grande que hasta da lástima, este espectáculo sería para desencajarse de la risa.

Pero a mí, que soy tan catalana como todos esos que consideran que para serlo es obligatorio actuar de palmero en el teatrillo con el que les está tomando el pelo su President, no me dan ganas de reír, sinceramente. Lo que me da es pena. Me da mucha pena ver en qué poco tiempo han convertido a mi tierra en la sombra de lo que era y me da pena comprobar cómo tantos catalanes se han entregado a esta causa sin que les permitan ejercer su legítimo derecho a saber que les están engañando. Su derecho a que les digan la verdad, vaya.

Les han convencido de que a lo único que tienen derecho  es a participar en un acto ilegal. Hasta tal punto que, según veo por las redes sociales, son muchos los que están persuadidos de que saltarse la ley es lo democrático y expresarse en contra de ello lo antidemocrático. Algunos se han metido tanto en el papel de “extra” que les ha dado su gobierno que incluso se permiten tachar de intolerante a quien se muestra contrario a la consulta y, a renglón seguido, llamar asqueroso a, por ejemplo, un escritor que tampoco la apoya, que ya sabemos todos que el insulto es el paradigma de la tolerancia. Y, lo que es peor, a varios de ellos les han creado el sinvivir de descubrirse admiradores de la obra de un tipo al que consideran nauseabundo por expresarse en contra de la independencia –“cómo alguien así puede escribir tan bien” he llegado a leer-, qué angustia, eso no se hace. Me parten el alma, de verdad. Ellos, tan entregados y tan empeñados en recuperar el espíritu más cumbaià con iniciativas tan emotivas y necesarias para su tierra como difundir masivamente un mensaje para que WhatsApp incluya entre sus emoticonos uno de la Senyera, qué idea más productiva, no entiendo cómo Catalunya ha podido sobrevivir hasta ahora sin eso.

Con tolerancia de la de verdad, los catalanes, como todos los ciudadanos, tienen derecho a pensar y a opinar lo que quieran, pero también a tener toda la información necesaria para hacerlo y, sobre todo, a que no les utilicen ni se burlen de ellos con juegos tan retorcidos que no cabrían en la caja de los Geyper. A lo que no tienen derecho es a pasarse la ley por el arco del triunfo. Porque hacerlo sienta un precedente peligroso. Y les resta toda legitimidad cuando pidan que otros –por ejemplo, los corruptos, tan de moda- rindan cuentas ante la Justicia. O jugamos todos o rompemos la baraja.

jueves, 6 de noviembre de 2014

SÍNDROME CONFUSIONAL


Acabo de darle un repaso a la prensa y me he quedado en tal estado que yo creo que tengo un síndrome confusional de esos. Sí, como el que alegó el sindicalista Fernández Villa para no tener que dar explicaciones en el Parlamento asturiano sobre su fortuna de casi kilito y medio que había tenido escondida del fisco. Te lo juro, de verdad. Vamos, que si no se me pasa pronto –y, tal como van las noticias, me parece a mí que esto va para largo-, ya tengo excusa para cuando mi marido me pida explicaciones sobre los cargos de la Visa que le manda el banco, no hay mal que por bien no venga. Ya me estoy viendo: uy, a mí no me preguntes, que ando confusionada del todo y no me acuerdo ni de lo que he comido hoy. Que digo yo, por cierto, que qué manía tienen los bancos de mandarles cartitas a los maridos para chivarles lo que hacemos las mujeres con las tarjetas, oye. ¿Acaso le chivo yo a mi propio que cada vez que voy al cajero automático me cobráis casi tres euros por sacar mi dinero? ¿eh? Pues un poquito de reciprocidad, por favor.

Bueno, pero a lo que iba. Es que, a ver, leo y me quedo como mi propia visa; vamos, que ya no doy crédito. Resulta que ahora que el CIS y otras encuestas nos ponen a Podemos de number one, van los de Pablo Iglesias y nos dicen que, en fin, que no nos creamos todo lo que dicen los sondeos, que eso no es así, que ha sido solo un calentón y que gana el PP fijo. O sea, que podemos pero no tanto, han venido a decir. Pero lo más cachondo es que, al mismo tiempo, al resto del personal le ha empezado a dar por arrimarse al partido ese como si fuera, qué sé yo, lo más de lo más. A lo mejor es que, poseídos por la demoscopia, han empezado a pensar que, oye, que igual estos pueden. O, simplemente, han sucumbido a aquello de que si el que no puedes eres tú, -vencerlos, digo- pues únete a ellos.

No sé, pero los titulares que he visto son curiosos. Y no me refiero a Miguel Bosé, que ya se sabe los artistas tienen cierta tendencia a dejarse llevar por modas y pseudorevoluciones. Es que leo que Pedro Sánchez, el del PSOE, ahora no descarta llegar a pactos con los de Iglesias. Y que Ana Botín, presidenta del Banco Santander, dice que su empresa y Podemos tienen “un interés común”. Y que Javier Marín, consejero delegado del mismo banco, asegura que están dispuestos a reunirse con ellos. Y que a Miguel Ángel Rodríguez, portavoz del Gobierno con Aznar, le parecen interesantes.

Y, en medio de todo eso, llega el presidente gallego, Núñez Feijóo, y los deja a todos como piltrafillas espetando “yo soy más de Podemos que los de Podemos”, toma ya, baja Pablo que sube Alberto. Este no se conforma con un yo no voy a ser menos, no, él tiene que ser el más y subirse a la cresta de la ola, di que sí, que si hay que ser modernos hay que serlo a lo grande; todo lo demás es pataca minuta, que decía el presidente de un club de fútbol. Y eso mientras la secretaria general de su partido, la Cospedal, decía que Podemos “es un partido peligroso para la democracia”, que a ella eso de las modas se ve que le resbala. Pues, nena, tienes un presidente en tus filas que a la que te descuides te sale con que lo fundó él, tú verás lo que haces.

A mí también me resbalan bastante las modas, la verdad. No creo que esté la cosa para moderneces. Y espero que este síndrome confusional que nos invade no siga contagiando sin control. Por cierto, fricandó. Sí, que hoy he comido fricandó, me acabo de acordar. Parece que me voy recuperando. A ver si no recaigo al leer la prensa mañana.

lunes, 3 de noviembre de 2014

PUES AHORA ME CORTO UN PIE


Ya sé que no consuela lo suficiente ni, por supuesto, nos resarce a los ciudadanos de lo que está pasando ni, desde luego, es suficiente condena si se demuestra todo lo que se está diciendo. No. Pero no me negarás que, para gente que ha sido lo más –lo más poderoso, lo más rico, lo más chulito, lo más guay-, verse ahora en el fondo del pozo no tiene que ser una penitencia dura. Porque a este tipo de personajes lo que les gustaba, está claro, era vivir bien; pero lo que les ponía de verdad, estoy segura, era presumir y mirar al resto por encima del hombro. Y por eso mismo creo que para ellos la peor condena es caer desde lo más alto al sótano de la vergüenza y la humillación.

Porque pasar de las grandes casas, los áticos en Marbella, los BMW, las fincas, las comilonas y las cacerías tipo porque-yo-lo-valgo a la celda de una cárcel, como le ha pasado a Francisco Granados, tiene que ser la leche, no me digas. Que el hombre se acostó una noche siendo Don Francisco y al poco de levantarse a la mañana siguiente ya era Paquito, el hijo del agricultor, convertido en “ese pájaro” y señalado con el dedo por todo el mundo. Y eso tiene que doler.

Y qué me dices de Pujol y familia. Que yo, en este caso, pienso sobre todo en Marta Ferrusola, la matriarca que, según dicen, lo controlaba todo, que lucía poderío, que ordenaba a sus escoltas que le pasearan al perro y que no soportaba a los charnegos, qué digna ella. Que les decía a sus hijos, cuando aún eran niños y no presuntos delincuentes, que no jugaran con este o con aquel otro porque eran castellanos, qué delito. Y ahora, ya la ves, teniéndose que esconder de vecinos y periodistas, que lo mismo alguno hasta es de Murcia, qué bochorno, ya no se respeta nada. Y mostrando toda su educación mandando a la mierda a un reportero, quién te ha visto y quién te ve.

Por no hablar de algún empresario como Jorge Dorribo, el campeón de la operación ídem, que ha pasado de lucir deportivos y vivir en casas lujosas a vender quesos en mercadillos de Portugal. Caralludo. No, que no es que la cosa me parezca estupenda, es que los quesos se llaman Caralludo. Sí, eso he leído; la vida a veces te da tortas como quesos.

Pero, es verdad, todo eso, que a esa gente les tiene que doler mucho, a los ciudadanos no nos consuela. Los ciudadanos queremos que se haga justicia y que se acabe con la vergüenza, pero con la que sufre el país, no con la que padecen los corruptos. Sin embargo, a juzgar por lo que revelan las últimas encuestas, los ciudadanos también somos caralludos, como los quesos de Dorribo. Porque, al parecer, la mejor idea que se nos ocurre para mostrar nuestra indignación y darle una solución a este país es votar a Podemos, mira qué bien. Que viene a ser una reacción como la que tenía mi padre cuando era niño y su madre le castigaba a su modo de ver injustamente. Según me ha contado varias veces entre risas, en esos casos mi padre amenazaba gritando “pues ahora me corto un pie”. Sin pensar en lo que eso suponía, claro. Pues en este país lo mismo. Si nos castigan, reaccionamos sin pararnos a pensar en las consecuencias. Ni en que, por lo poco que se sabe de cómo Podemos puede hacer lo que dice que podría hacer, darles la oportunidad de que manejen nuestros cuartos y nuestras vidas puede ser talmente como cortarnos un pie. Y eso sí que tiene que doler.