Emburciadas

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lunes, 15 de diciembre de 2014

NAVIDAD


Bueno, pues mira, así, a lo tonto a lo tonto, estamos ya metidos en las Navidades. Esa época del año en la que, con la excusa del nacimiento de Jesús, montamos un Cristo, armamos la marimorena y organizamos unas fiestas que consisten, básicamente, en comer, comprar, comprar y comer, qué juerga.  Y nos perfumamos. Nos perfumamos mucho. ¿Te has fijado en que, en estas semanas, de cada cuatro anuncios de la tele cinco son de colonias y perfumes? Que yo me pregunto ¿a qué olemos los españoles el resto del año? O, incluso, ¿esperamos a estas fiestas para decirles sutilmente a nuestros allegados que apestan? Y, sobre todo, si compro una de esas eaus pour homme ¿me incluyen en el paquete al tío bueno que me hace ojitos desde la pantalla mientras la anuncia? Porque así ya tenía yo solucionado el regalo de mi propio… ¡y el mío!

En fin, que son días, estos, en los que los pavos y las cuentas corrientes se ponen muy tristes y el colesterol se pone muy contento, ¡hala!, menudo fiestón se corre el tío. Y en los que, brindando y haciendo el payaso con los suegros y con los jefes talmente como si nos cayeran bien, nos sentamos a la mesa a primeros de diciembre con la cena de empresa y nos levantamos al acabar el roscón de Reyes, qué empacho.

Y, entretanto, regalo va regalo viene, que menuda faena nos hicieron los magos esos de Oriente abdicando en los padres (y en los tíos, abuelos, hermanos y demás parientes). Pero, por si eso fuera poca faena, nosotros, que nunca tenemos bastante, pues nos hemos traído también a Papá Noel y al amigo invisible, que para no verse hay que ver lo que fastidia. Y es que mira que nos encanta importar modas, oye; que empezamos con lo de Santa Claus, luego vino lo de Halloween y, claro, ahora ya no seríamos nadie sin lo del viernes negro, qué risa de ofertas.

Lo que sí es muy nuestro es el Día de la Salud. Sí, el 22 de diciembre, ese en el que la mayoría de nosotros nos resignamos a decir que lo importante es estar sanos. Que yo este año estoy tentada de hablar con Nicolás –no, con el santo de la barba blanca no; con el pequeño-, a ver si puede hacerme una gestión para que la bola de mi número salga del bombo con el premio gordo.  Que digo yo que, para alguien que ha engañado a medio mundo, engatusar a un niño, por muy de San Ildefonso que sea, debe ser pan comido. Un personaje, este Nicolás que dice que se llama Fran. Pero, anda, que los que mordieron sus anzuelos falsificados, menudos lumbreras. Y luego los pavos son los que rellenamos de ciruelas para Navidad. Madre mía, qué belén de país.