Emburciadas

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martes, 7 de julio de 2015

DÍAS DE LAS BANDERITAS


Mira que nos gustan en este país las banderas, oye. Menos la nuestra, que parece ser que es la que da más como cosilla exhibir. Lo del “Día de la banderita” que instauró la Cruz Roja se está quedando atrás. Ahora tenemos casi un Día de la banderita diario.

Lo mismo el Ayuntamiento de Zaragoza iza la bandera saharaui como muestra de solidaridad que el de Pamplona cuelga la Ikurriña como muestra de provocación o Pedro Sánchez pone la española de fondo de escenario en un mitin como muestra de… de…, bueno, de lo que sea.

Y, en general, un día nos colocamos la multicolor del orgullo gay y casi al día siguiente ya tuvimos que apartar un poco la arcoíris para hacerle sitio a la de Grecia, ¡hala! ¡España es un gran mástil!

Que yo no lo critico ¿eh? Que a mí me parece estupendo que nos envolvamos en símbolos; que no nos da de comer pero queda guay. Ya me gustaría a mí ser una mujer de bandera, pero por más que busco no me encuentro yo tela para armarla.

Lo que sí es verdad es que yo soy poco de símbolos, ya ves. Siempre me da un poco de miedo que la cosa –la que sea- se quede en eso, manías de una. Porque colgar o enseñar una bandera es facilísimo; pero profundizar en lo que hay detrás –o debajo o encima- pues ya es otra cosa.

Lo de Grecia, por ejemplo. Por supuesto que, como la mayoría, deseo que ese fantástico país salga del atolladero. Y espero que, por detrás –o por debajo o por encima- de los símbolos y las algarabías, se encuentre una solución para que los griegos superen el bache. Porque, como de costumbre, son los ciudadanos los que sufren los errores de sus dirigentes. Solución que, supongo, pasa porque Europa ofrezca una nueva oportunidad pero, sobre todo, porque el Gobierno heleno cumpla con sus compromisos y responsabilidades. Ahora, lo de que los españoles celebremos que en Grecia triunfara el no a que, entre otras cosas, nos vayan devolviendo los 26.000 millones de euros que les prestamos nosotros, que llevamos años apretándonos el cinturón y sudando tinta china para no llegar al punto en que están ellos, pues no lo veo, qué quieres. Que estamos nosotros como para financiar los simpas de otros, vaya. Así que, banderas aparte, no entiendo el orgasmo de emoción que mucha gente ha demostrado con lo del referéndum griego. Yo hace tiempo que creo que en nuestro país, desde que se lleva mucho más ser progre que progresista, pensamos poco.

Y tampoco soy de exhibicionismos. Así que me parece preciosa la bandera de colores, pero no comparto la filosofía de las fiestas del orgullo gay. No acabo de entender que pasar de ser perseguidos y tener que esconderse a exhibirse vestidos grotescamente -o desnudos grotescamente- y haciendo gestos y representaciones obscenas y muchas veces ridículas sea un avance. O sea, que yo lo veo como que hemos pasado de ocultar a los homosexuales como si fueran bichos raros a pasearlos en las ferias como si fueran bichos raros.

Para mí que hay un error de concepto. No creo que ser homosexual sea algo de lo que estar orgulloso, sino algo que hay que respetar al mismo nivel que se respeta que uno sea heterosexual. A lo mejor es porque a mí me lo enseñaron así desde pequeñita y por eso siempre he visto la homosexualidad con toda naturalidad. Y en esa visión se ha avanzado mucho a nivel legal y bastante a nivel social. Y, la verdad, quienes no respetan a los gais o a las lesbianas dudo mucho que lleguen a hacerlo a base de verlos pasearse medio en cueros y haciendo cosas raras por la Gran Vía de Madrid, pongo por caso. De la misma forma que a mí me dan cierto repelús los tíos, por muy machos que sean, que le piden a su novia en matrimonio en un programa de televisión para que lo vea todo el mundo, qué bochorno.

En fin, que no sé; que igual estamos abusando mucho de las banderas para tapar ciertos agujeros.